domingo, 19 de febrero de 2012

Un día en el arrecife!!!

Tras nuestro encuentro con Ruben y Susana en la playa acordamos realizar una excursión para bucear en los arrecifes de coral, ya que resulta muho más económico compartir los gastos entre varias personas. Además la compañía se agradece siempre. Bien temprano nos despertamos para desayunar y partir hacia la playa desde donde parte nuestro barco, que nos espera en la orilla con su patrón, que más bien tiene pinta de rastafari que de otra cosa. La playa donde embarcamos se encuentra al final de una largo camino de plataneras y está desierta, como se aprecia en la foto. Tras recoger el pic-nic y hacer algún malabarismo para subir a la barca, partimos mar adentro con el motor en marcha y a ritmo pausado.
 El trayecto parece no terminar nunca y las olas van haciendo mella en la cara de más de uno que echa mano de las biodraminas. Con paciencia y entre risas y explicaciones con nuestro guía nos adentramos en el mar pasando islotes solitarios y algún que otro solitarios pescador en cayuco. El cielo está más nublado de lo esperado y el agua no está tan en calma como desearíamos pero mantenemos la ilusión por bucear en el arrecife.

 Por fin llegamos al destino, que no es más que un islote de arena que aparece y desaparece con las mareas. Atracamos el barco haciendo maniobras para no encayar y observamos que el agua es de un colo más celeste en el arrecife, aunque no sabemos realmente si la visibilidad será buena. Descargamos las mochilas y las neveras, junto con las aletas y tubos para respirar. Las caretas tienen un pase pero con los tubos hay que pensárselo dos veces para metérselos en la boca. Se podría decir que bucean solos, vamos!!Susana y Ruben traen los suyos propios...buena elección!!!...pero como dicen en mi tierra; "el mar ho cura tot".

 La verdad es que solo conseguimos ver unos cuantos peces de colores y algún coral, entre los millares de restos de caracolas, conchas y algas que inundan las orillas. Menos mal que traíamos la funda acuática de Miriam con su cámara para así sacar algunas fotos....de las cuales me esperaba traerme algo más...




 Entre los habitantes del islote cabe destacar los cientos de cangrejos que agujerean la arena para esconderse. De vez en cuando se les vé caminar de lado buscando algo que comer. Con su poderosa pinza da miedo acercarse y todo, aunque siempre vamos detrás de ellos. Es gracioso ver las huellas que dejan en la arena al moverse. En el hotel de noche, cuando nos retiramos a las habitaciones es fácil cruzarse con cosas que corretean entre los pies como si fuesen ratas....los cangrejos!!

 Entre el aperitivo que nos tenia preparado el guía teníamos frutas "recien robadas", como digo yo. Hay que reconocer que es la mejor fruta que he probado nunca, sobretodo la piña, que estaba de lujo.

 Más tarde nos vamos del islote para comer pensando que nos llevaban a algún restaurante en alguna parte...que ignorantes. Cuando nos descuidamos estábamos atracando en una playa escondida en un islote con rocas con formas caprichosas, manglares y arena blanca. Para colmo nos habian preparado una manta donde íbamos a comer en la playa la esperada langosta que nos habian prometido. Unos cocineros improvisan la cocina con fuego y enseres varios y nos preparan la mejor comida que nos podíamos esperar en medio del océano.


 Directamente a las cartucheras se fueron las patatas, las langostas, el arroz y yo que sé cuantas cosas más. Para colmo, el guía y los cocineros eran musulmanes y no podian comer porque estaban en Ramadan, su último día, por cierto, y nosotros chupándonos los dedos delante de ellos como si se acabase el mundo, que pena me daba la cara de hambriento del guía.

 Tras pegarse un bañito y ver los manglares que hay en la isla, de donde hacen los cayucos esta gente regresamos a tierra con la fuerza del viento, es decir, navegando con las velas. El meneo es importante pero muy relajante a la vez que lento. Tardamos una rato largo en llagar pero pasamos un día genial.



















jueves, 2 de febrero de 2012

Llegada al paraíso!!!!

La mañana de partida hacia el aeropuerto de Kilimanjaro era como abandonar África. La sensación de tener que coger el avión hacia Zanzíbar era como despedirse de las personas que deambulan por las carreteras a todas horas, de los mercados locales, de los niños sonrientes, de las motos y bicis cargadas a tope, entre otras cosas. Pronto descubriríamos que no era así pero el último día siempre es especial en ese sentido.

 Con una parada en Moshi para comprar algunas telas en el mercado con la correspondiente negociación de nuestro guía Fredy, llegamos al aeropuerto y nos despedimos de nuestros compañeros de viaje. Fredy y Jobin fueron el resto del grupo de viaje, con los que compartimos muchas risas, interminables horas de coche, chistes y barbaridades varias por mi parte, entre tantas cosas. Tendremos que esperar en el aeropuereto nuestro vuelo rellenando postales para familiares y amigos hasta que se haga la hora de partir. Con las ganas de llegar las horas de espera se hacen más llevaderas y pronto estaremos en la isla.
 Al llegar a Zanzíbar el ritmo se ralentiza aún más si cabe. La primera impresión que nos llevamos es la de recoger las maletas de la mano de una persona que las trae del carro una a una, algo que denota cómo son las cosas aquí de manuales, sin casi automatismos. La puerta del muro amarillo es de donde saldran nuestras maletas de la mano de los operarios. Una vez con el equipaje en la mano y pasada la incertidumbre que uno tiene en estos momentos en los que las maletas no salen, salimos en busca de la persona que nos recoge para llevarnos al hotel en un taxi, al que se unen dos españoles más que aprovechan el tirón.
 Debemos recorrer la isla de un extremos a otro, lo que nos llevará un par de horas. De camino podemos encontrar la misma cantidad de gente por las carreteras, los mercados y otras tantas cosas como en el continente. El cambio más radical es el calor. Entre charlas de nuestro viaje llegamos al hotel en el que empieza a cambiarnos la cara. Nada más entrar con las maletas y recorrer el camino que lleva hasta recepción podemos ver la playa, que se encuentra a escasísimos metros de las cabañas de hojas de banano y palmera, con la interminable extensión de arena a ambos lados, mires donde mires. La boca se nos abre y no se nos cierra hasta pasado mucho rato.
Nuestra cabaña es la segunda mas cercana a la playa, con una pequeña pérgola, forrada de madera y una cama que invita a despertarse con el ruido del mar de fondo. No hay cristales en las ventanas, únicamente una cortina nos separa de las frescas noches isleñas.
 Afuera las vistas llaman a la calma absoluta y el relax. Aquí la vida toma otro ritmo, dudo mucho que la gente sufra de infartos por estrés. Los cocoteros se alzan a las puertas de nuestra choza y andar descalzo se convierte en una religión por la finísima arena proviniente del coral.

 La playa se convierte en el reino de los amantes del kite surf. Cientos de surfistas hacen volar sus cometas entre bañistas y cayucos incansablemente. Nosotros los obervamos desde las hamacas o paseando desde la orilla.



 Uno no alcanza a ver el extremo de la playa. Incluso se pordría dar la vuelta a la isla practicamente sin dejar de tocar la arena y más todavía con la marea baja, en la que el agua se retira a una distancia que para mojarse las rodillas uno tiene que andar un largo rato con el agua hasta los tobillos.
 La puesta de sol nos ofrece un momento casi mágico, las nubes al fondo, el color del sol, el rugir de las olas en el arrecife y el olor a mar nos hacen sentirnos en el mismísimo paraíso. De repente a uno le desaparece cualquier rastro de preocupación que le pueda quedar. Para colmo nos encontramos con dos compañeros de viaje que conocimos en el Serengeti; Ruben y Susana. No se puede pedir más!!!