Para mi pasado cumpleaños recibí como regalo un viaje a "los pueblos negros" en la provincia de Guadalajara y descubrí una zona con mucho encanto en la que los pueblos se mimetizan con el terreno y la pizarra hace acto de presencia allá donde vayas. Entre todos los lugares que visitamos nos llamó especialmente la atención La Vereda, un pueblo que sufrió, como otros tantos en España, la total despoblación de sus habitantes. Pero la asociación encargada de restaurar las viviendas esta haciendo resurgir piedra a piedra las casas, manteniendo el encanto del método tradicional de construcción, sin cemento alguno. Sin duda un lugar mágico.
Lo primero que llama la atención es la entrada del pueblo, con un cartel en piedra con su nombre grabado, así como el nombre de las calles y plazas.
Mirando los muros caidos uno se hace a la idea de la cantidad de gente que podría habitar el pueblo y la verdad es que parecía bastante grade para estar tan aislado como estaba, una media hora larga de pista forestal desde el pantano de "El Vado".
También destacan sus heras redondas que dan un toque especial al pueblo, intercaladas entre las casas y con unas grandes losas de pizarra incrustadas, además de las características excrecencias de las vacas que por allí andan. También me llamó la atención la cantidad de cosas que se fabrican con la pizarra, como por ejemplo las bisagras de las puertas en los márgenes, entre otras tantas cosas, al fin y al cabo es lo que más abunda por allí.
Cuando salimos de allí tuvimos la sensación de haber merecido muchísimo la pena ir a visitar el poblado a pesar de la distancia. Desde lo lejos podemos ver como casi pasa desapercibido a la vista entre la roca y la vegetación.