Hay dias en los que madrugar tiene un aliciente especial. Tal dia como ese fué aquel en el que fuimos de caza con la tribu Hazabe. Dejando atrás el hotel en el que habíamos estado solos toda la noche únicamente con el personal que trabajaba allí, marchamos hacia sus tierras cerca del lago Eyasi por la polvorienta carretera que vagamente iluminan los faros de nuestro todo terreno en la oscuridad del amanecer.
La carretera no tarda en ponerse más dura que nunca con piedras enormes procedentes de los rios que se desbordan en la época húmeda. Las puertas parecen abrirse a cada bache que pasamos pero vamos disfrutando del paisaje lleno de casas de barro en un lugar remoto, lejos de la carretera de asfalto y donde tansolo se llega para algo, nunca de paso. Tras recoger al guía que habla la lengua de los Hazabe nos metemos en una especie de camino campo a través en busca de los cazadores. En esta zona si que no hay demasiados turistas, sólo vimos una coche por allí. Al fin el coche se detiene en una descampado en un alto donde aparentemente no hay nadie. Esperamos dentro del coche hasta ver qué pasa y no tarda en verse movimiento entre los arbustos. Sí, son la tribu!!
Bajamos del coche con la indecisión que provoca el no saber qué hacer y nos dirijimos hacia su campamento.
Pronto descubrimos que esta tribu se compone mayoritariamente de hombres de baja estatura, seguramente provocado por la alimentación basada en lo que cazan, que suelen ser pájaros y algún animal cuadrúpedo de vez en cuando y si hay suerte. Se acinan alrededor de una hoguera comiendo algún pajarito y afilando sus flechas. Llama la atención el que la marihuana se huela en el ambiente, ya que los más jovenes se hinchan a fumar de unas pipas de piedra artesanales de las que no sacan demasiado humo porque se lo tragan como señal de hombría, lo que explica que se levanten con arcadas. Lo más gracioso es que los mismos que fuman son aquellos con los que vamos a cazar nosotros y tras comprobar que las flechas estan más que afiladas no es ningún consuelo.
Rápidamente y casi sin avisar se levantan de la hoguera dejando sus pipas y cogiendo los arcos corriendo a través del campo entre arbustos y piedras afiladas que sortean con sus pies descalzos.
Seguirlos resulta a veces imposible y los perdemos de vista más de una vez pero el guía se comunica con ellos a través de silvidos a los que todos responden para conocer la posición de cada uno y no encontrarse con alguna flecha perdida. Nosotros no silvamos pero perdemos la vista intentado ver algo que no nos atraviese el espinazo. Los perros fieles a sus amos les persiguen allá donde vayan.
Entre niños corriendo y flechas volando llegamos al río donde se abre un poco más la vegatación y podemos ver cómo esta gente avanza deprisa en busca de algo que cazar. El día es soleado pero con viento lo que se agradece porque se entra en calor rápidamente.
Casi perdemos la esperanza de ver cazar algo cuando de repente surge de entre los arbustos el que parece mayor de todos con una flecha atravesada en un pájaro que todavía aletea. El rostro del chico denota alegría y orgullo de enseñarnos la captura y posa pacientemente para que le saquemos alguna foto mientras el pájaro ultima sus últimos instantes antes de que el cazador lo remate con otra flecha a golpes, cruel pero necesario.
Los cazadores siguen corriendo incansables en busca de más presas y nosotros intentando perseguirlos. Ya casi de regreso hay otra captura siendo ésta la última de la jornada y con lo que regresamos al campamento tras la rápida caminata. Hablando con el guía descubrimos que el más alto de los cazadores tiene 25 años mientras que los otros dos más bajos tienen 18 cada uno, no hay más que mirar una de las fotos para sorprenderse.
Al regresar al campamento podemos ver a las mujeres elaborando pulseras que luego cambiaran por otros objetos en la ciudad y su forma de vivir, que cuesta creer pero que es cierto, viven entre los arbustos.
Los hombres nos invitan a encender el fuego con una madera frotada con las manos, algo muy cotidiano para ellos que lo hacen con una enorme facilidad. Otros afilan las flechas o las fabrican, otros comen algo, otros fuman hierba, otros tocan una especia de guitarra casera pero todos alrededor del fuego. Su piel está muy curtida, llena de arañazos con las señales de vivir entre los arbustos y andar siempre por el suelo. Como camisa emplean una piel de animal seca de dudosa comodidad y algunos llevan ropas occidentales seguramente fruto de alguna donación.
Por último deciden enseñarnos la danza típica de la tribu y se levantan la mayoría de ellos disponiéndose en círculo y repitiendo unas frases con componen una canción muy tribal y que bailan de manera anárquica pero con un cierto orden. Al final acabamos bailando con ellos y riedo juntos para terminar una mañana inolvidable de caza.
Antes de irnos decidimos dejarles como regalo unas prendas de ropa de nuestra escasa mochila. La mejor imagen es ver cómo se quedaron saltando de alegría con las camisetas puestas y riendo mientras nos alejábamos en el coche.