Tras largo tiempo escuchando el rugir de los motores desde mi casa en el campo, un día decidí hacer una excursión para descubrir qué tal estaba el circuito de motocross al que tanta veces iba de pequeño en bicicleta. Después de pincharme infinidad de veces las piernas atravesé la pista y pedí permiso a los presentes para meterme por el medio. La verdad es que la gente le metía caña, así que disfrute de los saltos que daban en sus máquinas.
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