Desde lo alto de la colina se podía observar como las fuertes pendientes de fresca hierba cubrian como un gran manto verde todo aquello que se podía avistar, escepto las moles rocosas que se alzaban a ambos lados. Lo que no podíamos imaginar era que la bajada por las estrechas carreteras asfaltadas iba a resultar tan duro.
Salimos tarde de la estación y decidimos empezar la ruta desde la mitad del trayecto porque no daba tiempo a realizaro entero con luz de día, así que bajamos en una estación intermedia del tren cremallera y emprendimos la bajada. No tardamos en darnos cuenta de lo fuerte de las pendientes, aún así, los ciclistas subian sin pensarlo mientras nosotros parecíamos mas agotados de bajar que ellos de subir. El resultado; los gemelos bien cargados y las puntas de los dedos en "carne viva".