Proseguimos nuestro viaje por el Sur de Islandia y la primera parada la hacemos en Skógafoss, una cascada de altura considerable (62m) que se rodea de grandes paredes musgosas. El estruendo del agua se aprecia ya desde el parking y la nube de agua que desprende empieza a mojar el objetivo de la cámara desde bastante lejos lo que obliga a limpiar la lente demasiadas veces para evitar las indeseables gotas.
Desde la lejanía se observa a los visitantes que parecen insignificantes puntos negros bajo la caida de agua, para colmo empieza a llover ligeramente pero aquí no se afecta nadie y nosotros no íbamos a ser menos, así que decidimos subir por las empinadas escaleras que nos llevan a lo alto de la cascada y poder observarla desde las alturas. Las vistas son impresionantes y la cascada parece más pequeña desde las alturas.
Cerca de la cascada podemos encontrar el museo popular de Skógar, donde se reune una enorme cantidad de objetos tradicionales y cotidianos de Islandia, una gran colección reunida por Pordur Tómasson durante más de 70 años, al cual tenemos la suerte de conocer, ya que se encontraba tocando instrumentos tradicionales y canciones populares rodeado de gente que le observaba detenidamente. En la colección encontramos desde ropa, utensilios de cocina, de pesca, barcos, libros, aperos de todo tipo y todo aquello que podamos imaginar, lo cuál nos hace tener una idea de la vida que se llevaba en el país durante varias épocas.
Una de las cosas que más impresiona es ver la relación que tenian estas gentes con el mar, ya que es difícil imaginar cómo faenaban con el frío y las adversidades con las embarcaciones y el material de antaño, que se aleja enormemente de los técnicos materiales de la actualidad, vamos que no tenian Gore Tex, las ropas eran de pieles y pelajes de animales elaborados de manera muy artesanal.
En las afueras del museo podemos encontrar construcciones típicas de Islandia, casas de madera recubiertas de turba por el tejado y muy rudimentarias, a la vez que pequeñas para tener que pasar una larga temporada de frío en el interior.
Tras la visitas a las granjas y una interesante visita al museo del transporte decidimos visitar la lengua glaciar de Sólheimajökull para empezar a tener contacto con el hielo de los glaciares.
Tras aparcar y recorrer una corta distancia por una pista de grandes piedras podemos divisar la morrena frontal del glaciar y las aguas marrones que el hielo desprende. Visualmente puede no ser el glaciar más espectacular y tal vez sea el glaciar de más fácil acceso pero pensar en la gran masa de hielo de la que se desprende ya impresiona de por sí.
Hay algunos grupos de excursionistas con crampones subiendo y bajando por el glaciar. Nosotros esperaremos para hacer otra excursión en otro glaciar, de momento nos quedamos al pie del glaciar haciento fotos y esperando no meter los pies en las arenas movedizas.
Con la lluvia acechándonos decidimos salir de allí para acercarnos a los acantilados de Dyrhólaey, que albergan una playa de arena volcánica que asombra por su color negro. Además la lluvia ayuda a acrecentar el color y las nubes dan un toque tétrico al paisaje, donde se pueden ver agujas afiladas que surgen del mar y acompañan el vuelo de las incontables aves que hay en la zona, pues los acantildos albergan una gran cantidad de colonias de especies tales como el frailecillo, que vemos desde lo alto pescar y bucear tranquilamente.
Con el mal sabor de boca que nos ha dejado la lluvia en el momento de ver los frailecillos nos vamos de los acantilados para ver las formaciones basálticas de Reynisfjara, que parecen sacadas de un disco de Led Zeppelin. Situadas al final de una playa inmensa de negra arena forman cuevas y extrañas formaciones que parecen vigiladas por los pináculos de roca que emanan del mar llamados Reynisdrangur.
Tras comer alguna cosa para engañar al cuerpo ponemos rumbo al parque nacional de Skaftafell, donde hacemos una ruta andando para ver las cascadas de columnas basálticas de Svartifoss. El día ya claro nos deja lugar a las vistas del extenso terreno que divisamos desde lo alto de las laderas antes de llegar al barranco donde se situan las cascadas. Rodeadas de las impresionantes formaciones basálticas es difícil no permanecer parado un largo rato para observar el agua cayendo sin cesar y disfrutar de la paz que transmite el lugar.
Después de un largo día vamos en busca de la granja donde dormiremos ese día, atravesando largos campos de lava cubiertos del característico musgo. Al pisarlo se hunden los pies como si de una esponja se tratase. A todo esto, las ovejas nos acompañan durante el camino, por el cual hay que ir con mucho cuidado de no encontrarse con ninguna oveja cruzando porque la grava suelta puede provocar algún susto que otro, como sufrimos nosotros en nuestras carnes con la gran fortuna de salir airosos. Una vez en la granja disfrutamos del lugar, rodeado de rios y montañas con una paz infinita.
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