lunes, 30 de enero de 2012

En las faldas del Kilimanjaro

El camino desde Arusha nos sumerge en otra África, más urbanita y repleta de gente, coches y carretera asfaltada. Tras pasar uno de los dos semáforos de Arusha nos ponemos rumbo a Moshi, puerta de entrada al Parque Nacional del Kilimanjaro, donde cientos de personas se dan cita para escalar esta mítica montaña que se hace difícil de observar, ya que en toda nuestra estancia por aquí no conseguiremos verla ni por un momento.
Nuestra principal actividad en Moshi consistía en conocer el entorno, aunque por ganas de subir el Kili no sería, pero lo dejaremos para otra ocasión, que el tiempo es oro. Tras unas cervezas Kilimanjaro en el hotel, respirando del ambiente excursionista del lugar, cenamos y descansamos tranquilamente antes de partir el día siguiente. El ambiente aquí ha cambiado y se aprecia muchísima más humedad, ya que hay mucho bosque, además la niebla ayuda a remojar el terreno. Con la chaqueta bien colocada esperamos al guía que llegará en dala-dala de la ciudad cercana para acompañarnos en nuestro trekking. Seguimos la carretera que termina a las puertas del parque pero nos adentramos por las aldeas que se esconden en el bosque, entre plantaciones de  bananas, café y árboles frondosos como el árbol de la quina.


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No tardamos en adentrarnos en un entorno de lo más rural, rodeado de casas hechas con cualquier cosa, alternadas con otras de construcción bastante más lujosa, ya que la tribu que aquí habita emplea las casas únicamente para reunirse en navidad con la familia. A pesar de ello aquí no encontramos luz eléctrica ni agua corriente por lo que la vida aquí se hace extraña. Lo verdaderamente soprendente es ver la enorme cantidad de sobres de bebida que hay por el suelo durante todo el trayecto, ya que la gente bebe en cantidades industriales, sobretodo en esta parte del país, incluso fabrican su propia cerveza de plátano con la que según nuestro guía los aficionados a beber esta poción pierden la visión por momentos durante sus noches de juerga.
El río baja las frias aguas del Kilimanjaro y riega los campos en la parte baja aportando al terreno una humedad que te remoja la camiseta rápidamente. La ruta hacia las cascadas discurre entre una zona muy boscosa de la cual emergen las casas y sus habitantes sin darse cuenta hasta que la selva se abre con un claro en el que se oye el río rugir al fondo. La bajada hacia el fondo del barranco se empina por momentos y nos agarramos a las escaleras de caña como si fuesen lo más fiable del mundo.

La vegetación es muy frondosa y el color verde inunda todo aquello a lo que alcanzamos a ver. En nuestra caminata la refrescante cascada al fondo está siempre presente y al llegar al borde del agua nos hacemos unas cuantas fotos antes de cruzar el río por las piedras rezando para no resbalar con la cámara colgando.



Situarse bajo la cascada supone sentir el agua pulverizada en la cara, lo que se agradece enormemente con el sofocante calor que hace.


Tras la visita a la cascada continuamos nuestra excursión entre las aldeas de la zona. El terreno siempre ascendente y el calor sofocante nos hace entrar rápidamente en calor. La gente de allí ni se inmuta o almenos es lo que parece. Entre tanta casa siempre aparecen los incansables niños pidiendo chocolate, dinero o cualquier cosa que se les ofrezca.


Al llegar a lo alto de la loma encontramos las puertas del Parque Nacional y a un sinfin de porteadores preparando el material para atacarle al Kilimanjaro con mi consecuente envidia sana. Por allí encontramos gente de todas las razas con sus mochilas y con caras de estar bastante cansados, lo cual no produce muchísima risa porque el contraste entre los porteadores y los turistas es terrible en cuanto a cansancio.

Al regresar de nuestra ruta lo hacemos por la carretera encontrando a nuestro paso centenares de puestos como bares, carnicerias con la carne de dudosa calidad, peluquerias mil, pequeños talleres y como no tiendas de segunda mano de material de montaña, donde podemos encontrar prendas de gran calidad de expediciones que pagan a los porteadores con material, que ellos revenden más tarde. Hasta llegar al final encontramos siempre un río de gente que camina incesablemente de arriba a abajo, dala-dalas, motos taxi, etc. La experiencia es muy buena a la vez que una oportunidad genial para conocer la forma de vida de esta gente. Próxima parada....Zanzíbar.

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